sábado, 12 de noviembre de 2011

Batalla de Qadesh

La Batalla de Qadesh, librada a finales de mayo del año 1274 a. C (ver controversia sobre las fechas), fue un combate de infantería y carros en el que se enfrentaron las fuerzas egipcias del faraón Ramsés II y las hititas de Muwatallis. La batalla ocurrió en las inmediaciones de la ciudad de Qadesh, en lo que hoy es territorio sirio, y, tras haber comenzado con ventaja para sus enemigos, se saldó con un gran éxito egipcio, aunque con numerosas pérdidas. A nivel estratégico supuso un empate técnico con, incluso, notables ventajas geoestratégicas para el bando hitita; puede argumentarse que resultaron ganadores si se tiene en cuenta que la batalla supuso el fin de la campaña de invasión de Ramsés II sobre el Imperio Hitita.
Qadesh tiene la interesante característica de ser la primera batalla documentada en fuentes antiguas, lo que la convierte en objeto de estudio minucioso por parte de todos los aficionados e investigadores de la ciencia militar, analistas, historiadores, egiptólogos y militares de todo el mundo. También es la primera que generó un tratado de paz documentado. Además, Qadesh tiene la importancia adicional de ser la última gran batalla de la historia librada en su totalidad con tecnología de la Edad del Bronce.
La Batalla de Qadesh está documentada en tres fuentes antiguas, aunque las dos más importantes son de procedencia exclusivamente egipcia.
El llamado Poema de Pentaur es un largo relato de la batalla que Ramsés II escribió o —más probablemente— hizo escribir con posterioridad al combate. Se trata de una larga inscripción monumental, de la cual existen ocho copias perfectamente conservadas en varios templos y monumentos de la XIXª Dinastía. Ramsés II convirtió la batalla en un tema principal de su reinado, por lo que su descripción está presente en forma de bajorrelieve en muchos de los templos que mandó construir.
Informe militar de la batalla, el Boletín de Guerra, al igual que el anterior, se encuentra totalmente conservado y se hallan siete copias del mismo en forma de bajorrelieve —junto al poema— en el Ramesseum, el Templo de Luxor, Abydos, Karnak y Abu Simbel.
La estrecha unión entre ejército y estado permitió, por ejemplo, que a la muerte de Tutankhamón y su sucesor Ay, se estableciese en el gobierno una serie de dictadores militares, tres generales que se autoproclamaron faraones y marcaron el fin de la XVIIIª Dinastía. Al morir el último de estos —Horemheb—, el poder pasó a Ramsés I, Seti I y Ramsés II, gobernantes legítimos, pero el concepto de que un general podía erigirse en faraón había ya penetrado en la mente de todos los súbditos, y principalmente de los militares. Dejando a un lado el golpe militar, era claramente posible que un soldado creciera económica y socialmente a través de su participación en el ejército, y muy bien podía ascender hasta la nobleza y aún llegar a la corte. Normalmente, además, los oficiales que pasaban a retiro efectivo eran nombrados asistentes personales de los nobles, administradores del estado o ayos de los hijos del rey.
El ejército era visto, pues, como una importante herramienta de progreso social. Particularmente para los pobres, presentaba oportunidades jamás vistas por el campesino que se quedaba en sus tierras. Como no había distinción entre tropa, suboficiales y oficiales —un soldado raso podía llegar a general de ejército si su capacidad se lo permitía— y se les otorgaba una importante cuota de los ricos botines obtenidos, la ambición de muchísimos trabajadores era pasar a las filas de la milicia real tan pronto como fuese posible.
Los papiros de la época prueban que a todos los veteranos se les escrituraban grandes extensiones de tierra que quedaban legalmente en sus manos para siempre. El soldado recibía, además, rebaños y personal del cuerpo de servicios de la casa real para poder trabajar las tierras recién obtenidas de inmediato. La única condición que se le exigía era que reservase a uno de sus hijos varones para ingresar a su vez en el ejército. Un papiro relativo a impuestos, fechado hacia 1315 (bajo Seti I), enumera estas ventajas otorgadas a un teniente general, un capitán y numerosos jefes de batallón, infantes de marina, portaestandartes, carristas y escribas administrativos del ejército.
Cada soldado debía "luchar por su buen nombre" y defender al faraón como un hijo a su padre, otorgándosele si combatía bien un título o condecoración llamado "El Oro del Coraje". Si mostraba cobardía o huía del combate, se lo denigraba, degradaba y, en ciertos casos, como Qadesh, podía incluso ser ejecutado en forma sumarísima y sin juicio, al solo albedrío del rey.

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